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Julio Díaz: “Lo que más mata en olas de calor es ser pobre”

Las olas de calor que se han registrado en los últimos años han puesto sobre la mesa la urgente necesidad de adaptarse a las nuevas condiciones ambientales, impuestas por el cambio climático. Las altas temperaturas impactan especialmente en personas vulnerables por su edad, por tener patologías previas o, en el caso de los golpes de calor, por realizar actividades en el exterior en las horas de mayor insolación. De esta forma, las olas de calor conllevan sobremortalidad y un aumento de los ingresos hospitalarios.

Bajo el título “Cambio climático y salud. Olas de calor: adaptarse no es rendirse”, El Donostia Sustainability Forum acogió la charla protagonizada por dos de los principales especialistas en el estudio del impacto del calor en la salud pública: Cristina Linares Gil, Doctora en Medicina Preventiva y Salud Pública, y Codirectora científica del Observatorio en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto Carlos III y Julio Díaz Jiménez, Doctor en Ciencias Físicas. Codirector científico del Observatorio en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III. Ambos referentes en investigación epidemiológica sobre los efectos del cambio climático en salud humana y especialmente interesados en explicar cómo se favorece la adaptación.
Ante un calor extremo, los golpes de calor, señaló Cristina Linares, solo representan entre un dos y un tres por ciento de la mortalidad atribuible. Es el agravamiento de patologías previas circulatorias, pulmonares, renales y psiquiátricas lo que provoca la mayoría de los ingresos hospitalarios y de los fallecimientos.

Mapas de alerta por calor


Cristina Linares explicó que desde desde 2004 cada verano se pone en marcha en el estado un plan para prevenir los riesgos ocasionados por el calor.  La novedad desde junio de 2024 es que el sistema de alertas descarta la división por provincias para basarse en 182 zonas isoclimáticas. En cada una de esas zonas se ha fijado cuál es la temperatura umbral a partir de la cual aumenta la mortalidad y los ingresos hospitalarios. Esta temperatura umbral es diferente, por ejemplo, en las zonas de costa y del interior de una misma provincia, y guarda mucha relación con el urbanismo, la adaptación de las viviendas, los servicios y las infraestructuras con las que se cuenta.
Julio Díaz, de hecho, insistió en que “no hay recetas universales, lo que vale para Madrid no vale para Bilbao, o para Barcelona. Por ejemplo, hay lugares en los que la mortalidad está influida por la temperatura máxima y otros, como Valencia, se ven más influenciados por la temperatura mínima”. Ante esta situación explicó la importancia que tiene evitar el efecto isla de calor, reverdeciendo las ciudades.

Pobreza y vulnerabilidad ante el calor

Ambos destacaron que para reducir la vulnerabilidad ante las olas de calor es clave disminuir las desigualdades socioeconómicas. Julio Díaz expuso, en un estudio sobre el impacto del calor en Madrid, éste se producía en los distritos más pobres. ”La gente no moría de calor en los distritos más ricos, en los pobres sí. Tras analizar diferentes factores, como la pirámide poblacional, o las zonas verdes, vimos que la clave era el dinero. No es cuestión de tener aire acondicionado, se trata de poder o no encender el aire acondicionado. Lo que más mata en olas de calor es ser pobre”.
Según explicó Cristina Linares, “si vives en un barrio favorecido, tu casa tiene mejor construcción, seguramente mejor aislamiento, zonas verdes cercanas, buena accesibilidad. En los distritos más pobres de Madrid, las casas son de menor tamaño, la gente vive hacinada y tienen menos acceso a alimentación de calidad, a la atención sanitaria adecuada. Todo esto, en su conjunto, es determinante a la hora de padecer una enfermedad. Las políticas públicas deben ir más orientadas a reducir esas desigualdades”.

La importancia de la adaptación

Ambos expertos destacaron la importancia de mejorar los modelos que permiten valorar el impacto del calor en cada zona, así como variables relacionadas, como la calidad del aire. Pero el diagnóstico en cuanto a la adaptación es claro, incidió Julio Díaz, “edificios rehabilitados, zonas verdes y azules y la puesta en marcha de planes de prevención”. De hecho, añadió Cristina Linares, el riesgo de morir en una ola de calor ha bajado desde 2004 de un 14 por ciento a un 2 por ciento. “Estamos haciendo cosas bien, la cultura del calor está muy interiorizada en el sur de Europa, por eso decimos que no hay que rendirse”.
“En el año 2023 la temperatura promedio que se registró en la superficie de la Tierra es la más alta que se ha registrado. El cambio climático no es una cuestión de ideología, no es una cuestión de política, es una cuestión de ciencia”, añadió Cristina Linares. “La crisis climática es un problema, además, que se está acelerando, porque no combatimos la causa, la quema incontrolada de combustibles fósiles. E incluso los cambios en el clima que ya hemos generado seguirían produciéndose durante siglos.”. Por eso, explicaron ambos expertos, adaptarse es imprescindible.
Las olas de calor que se han registrado en los últimos años, por ejemplo, han puesto sobre la mesa la urgente necesidad de adaptarse a las nuevas condiciones ambientales. Las altas temperaturas impactan especialmente en personas vulnerables por su edad, que tienen enfermedades previas o que trabajan en el exterior. Y esa vulnerabilidad se ve incrementada por las desigualdades socioeconómicas. LA calidad de la vivienda, los servicios e infraestructuras con los que cuenta un barrio, la cercanía a zonas verdes, influyen en el impacto que tiene el calor en la salud.

Desde 2004 se activa en verano el Plan Nacional de actuaciones preventivas de los efectos de los excesos de temperaturas sobre la salud. La novedad este año es que la provincia deja de ser la referencia territorial. Desde ayer, 17 de junio, entra en vigor un nuevo sistema de alertas, basado en 182 zonas isoclimáticas, que permite una visión más precisa a la hora de lanzar una alerta.
El Instituto de Salud Carlos II juega un papel fundamental en la elaboración de los planes contra el calor, aportando la base científica, analizando, por ejemplo, la relación que hay entre temperatura – salud y mortalidad.